“Adviento”... es venida, llegada. La iglesia aplica este término a la venida de Cristo, en su doble vertiente: temporal (Jesús ya nació) y escatológica (Jesús ha de venir nuevamente).
Adviento... una doble espera. Es espera, preparación al nacimiento de Cristo, pero no en su aspecto histórico (pues Cristo ya nació hace más de 2000 años; ya no se trata de pañales, ni de pesebre...), sino como celebración litúrgica. Por eso es preparación para recibir la gracia que nos hace hijos de Dios. Al inicio de un nuevo milenio, queremos prepararnos y ayudar a otros a que se preparen a recibir la abundancia de la vida divina que el Nacimiento de Jesús trae para el universo entero, y del cual es posible participar en la celebración litúrgica (Eucaristía). Esta espera debe ser gozosa, llena de alegría. Pero también es espera de la manifestación gloriosa de Cristo al final de los tiempos, pues aún no a aparecido en el mundo (Parusía). La espera gozosa y alegre de la Navidad apunta a la venida del Señor al final de los tiempos. Por tanto, esta espera debe ser más austera, contemplativa, silenciosa, como lo anuncia Jesús en el evangelio (Cf. Mt 24,45-51). Se podría decir que esperamos la parusía, porque rememoramos la Navidad.
Por ello cada Adviento como espera gozosa que nos lleva a celebrar el misterio de la Encarnación, ha de prepararnos en la esperanza de la Parusía, estar atentos a la segunda venida de Jesús, como lo hizo el criado fiel. Navidad y Parusía son los polos que mantienen en tensión la esperanza Cristiana.
El tiempo de Adviento: celebración litúrgica de esa doble espera. El tiempo de adviento consta de cuatro semanas. Los domingos de este tiempo se denominan domingo I, II, III, IV de Adviento. Durante las tres primeras, las lecturas de la Eucaristía subrayan el aspecto de la esperanza en la segunda venida de Cristo el Salvador; en la última semana, en cambio, la liturgia hace que centremos nuestra atención en torno al acontecimiento de la Encarnación del Hijo de Dios, que se celebra solemnemente en la Eucaristía. Aquí en México, durante esa última semana tenemos las tradicionales posadas, que también nos ayudan a la vivencia del adviento y a la contemplación del misterio de la Encarnación.
Domingo I de Adviento: “El Señor viene”. En este domingo la Iglesia toma una postura de expectativa del Señor que viene, se recoge en oración con María, alejando el temor. La Iglesia acompañada del Espíritu Santo ha entablado un diálogo con su esposo: “Ven Señor Jesús”.
Domingo II de Adviento: el mensajero grita: “Preparad el camino”. El lema del segundo domingo es “preparad el camino” es San Juan el bautista el que pregona la preparación. En el Espíritu de la expresión gozosa de la última venida del Señor resuena ohí la voz del que grita en el desierto. Con este domingo entramos en la historia: los anuncios mesiánicos empiezan a cumplirse y las aspiraciones de la humanidad a realizarse.
Domingo III de Adviento: invitación a la alegría: “Está en medio de nosotros”. El tercer domingo es protagonizado por Juan el bautista. Nos presenta una gran alegría. He aquí el motivo de esta alegría: la proximidad de la fiesta del nacimiento del Señor. La alegría es la respuesta al gran anuncio que ha hecho Juan el bautista. Entonces ahora comprendemos por qué la liturgia hace del bautista el personaje central del adviento.
Domingo IV de Adviento: anuncio de la encarnación del Señor. El cuarto domingo la liturgia no tiene preocupaciones cronológicas. Lo que importa es introducirse en la contemplación del misterio. El modelo presentado en este domingo es la imagen de la virgen María como modelo perfecto, virgen creyente.
Adviento: signos que ayudan a vivirlo mejor. La austeridad manifestada en el arreglo de la Iglesia: plantas verdes en lugar de flores; el color morado en el ambón, en el mantel del altar, en las vestimentas del sacerdote.
La corona de adviento: una corona (que significa el caminar del tiempo y de la historia) cubierta con ramas verdes (significa la actitud de esperanza del cristiano), que lleva fijas cuatro velas. Tres velas son morada, una es rosa que son encendidos gradualmente en el día domingo de cada una de las cuatro semanas (significan la irrupción del anuncio del Mesías que rompe con esa sucesión lógica del tiempo). El primer domingo de adviento encendemos la primera vela y cada domingo de adviento encendemos una vela más hasta llegar a la Navidad. La vela rosa corresponde al tercer domingo y representa el gozo. Mientras se encienden las velas se hace una oración, utilizando algún pasaje de la Biblia y se entonan cantos. Esto lo hacemos en las misas de adviento y también es recomendable hacerlo en casa, por ejemplo antes o después de la cena. Es otro signo para manifestar nuestra actitud vigilante.
La ambientación con cantos y oraciones: han de ser propios del tiempo. Debe de tratarse de una letra y de una música que evoque inmediatamente el tiempo de la esperanza en la venida del Señor Jesús; que en el espíritu cada hermano o hermana de esta comunidad, se asocie con la actitud de alguien que espera y anhela un acontecimiento importantísimo. En la misa se omite el canto de gloria hasta el día 24 de Diciembre por la noche. El amor a los pobres: el adviento ha de experimentarse en la vida concreta, specialmente en un compromiso con los pobres, con los que menos tienen. Que cada hermano o hermana de esta comunidad no se queden con una idea falsa de este tiempo como ocasión especial para el consumismo... hay que aprender a compartir, sobre todo con los menos favorecidos.
El tiempo de Adviento comienza el domingo siguiente a la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, que en este año 2008 será el domingo 23 de noviembre, en cuento que la primera semana de adviento iniciará el domingo 30 de noviembre y acabará antes de las primeras vísperas de Navidad. Las ferias del 17 al 24 de diciembre, inclusive, tienen la finalidad de preparar más directamente la Navidad.
Carlos Manuel Patiño Rojas, sdb.
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