Del 7 al 18 de diciembre, los dirigentes de 192 naciones se reunen en Copenhague para tratar de lograr un acuerdo que reduzca la emisión de gases invernaderos. Para muchos, ésta será una cumbre que no llegará a la realidad como lo fue el Protocolo de Kyoto donde potentes economías se negaron a acatar sus resoluciones. Por ello, Copenhague tiene como primer reto el ser un punto de esperanza para que más allá de los intereses económicos se active de manera justa, un mecanismo que permita el desarrollo sustentable de la humanidad.
Los gases de efecto invernadero son los principales causantes (no los únicos) del cambio climático que tanta preocupación ha ido generando en los últimos años. Esta amenaza latente sobre la vida en el planeta es una contradicción al mandato que, como cristianos, hemos recibido de nuestro Dios de regir la creación. El hombre se ha mostrado como un depredador más que como un verdadero guardián de la vida. El asunto de la ecología no es, por tanto, indiferente a nuestra fe. Así lo afirmaron los obispos latinoamericanos en el Documento de Aparecida.
Estamos llamados a crear esperanza en la vida. Ayudemos a crear una "conciencia ecológica" en nuestros ambientes, pues comprobamos que los cambios profundos no se logran en las grandes cúpulas, sino que se gestan desde la base. Oremos por la conversión de los dirigentes políticos y económicos de nuestros pueblos, que más allá de las pingües ganancias abran los ojos al sufrimiento de tantos miles de seres vivos -entre ellos nosotros- que se ven aquejados por las consecuencias de nuestra manera de producir riqueza. Pero también tomemos el compromiso de frenar nuestra manera de consumir, de desechar... los pequeños esfuerzos son los únicos que lograrán que los verdaderos cambios se den.
Los gases de efecto invernadero son los principales causantes (no los únicos) del cambio climático que tanta preocupación ha ido generando en los últimos años. Esta amenaza latente sobre la vida en el planeta es una contradicción al mandato que, como cristianos, hemos recibido de nuestro Dios de regir la creación. El hombre se ha mostrado como un depredador más que como un verdadero guardián de la vida. El asunto de la ecología no es, por tanto, indiferente a nuestra fe. Así lo afirmaron los obispos latinoamericanos en el Documento de Aparecida.
Estamos llamados a crear esperanza en la vida. Ayudemos a crear una "conciencia ecológica" en nuestros ambientes, pues comprobamos que los cambios profundos no se logran en las grandes cúpulas, sino que se gestan desde la base. Oremos por la conversión de los dirigentes políticos y económicos de nuestros pueblos, que más allá de las pingües ganancias abran los ojos al sufrimiento de tantos miles de seres vivos -entre ellos nosotros- que se ven aquejados por las consecuencias de nuestra manera de producir riqueza. Pero también tomemos el compromiso de frenar nuestra manera de consumir, de desechar... los pequeños esfuerzos son los únicos que lograrán que los verdaderos cambios se den.
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