miércoles, 10 de junio de 2009

Corpus Christi... ego sum


"Este es mi Cuerpo", "esta es mi sangre". La fiesta del Corpus poco a poco va recuperando su esplendor. Los obispos de México se han esmerado en programar las bellas procesiones para testimoniar la fe de la Iglesia en la presencia real de Nuestro Señor en el pan y vino consagrados por la fuerza del Espíritu Santo.

Pero es necesario advertir un aspecto de esta fieta para que no quede en mera devoción o en algo floklórico. El pan consagrado no es un fin, es un medio, es un sacramento. El Cuerpo de Cristo hecho pan, es el mismo Jesús que se nos da como alimento y como convite para vivir la comunión con Dios y con los hermanos.

Comemos de un mismo pan porque somos todos un mismo Cuerpo. El Cuerpo de Cristo no es sólo un pedazo de pan, el Cuerpo de Cristo también soy yo. Ya desde muy antiguo, san Agustín decía: "Recibe lo que eres". La Eucaristía es promesa de salvación para los hombres y las mujeres en la medida en que entendamos nuestra vocación a ser, verdaderamente, presencia real del Señor Resucitado en el mundo.

De ahí que la Eucaristía sea el centro, la fuente y la meta de la vida cristiana. ¡Feliz fiesta de Corpus!

* Comentario de san Agustín:
1 Cor 11,23-26: También vosotros estáis sobre la mesa, también vosotros estáis dentro del cáliz

Lo que estáis viendo, amadísimos, sobre la mesa del Señor es pan y vino; pero este pan y este vino se convierten en el cuerpo y la sangre de la Palabra cuando se les aplica la palabra. En efecto, el Señor era la Palabra en el principio, y la Palabra estaba en Dios y la Palabra era Dios (Jn 1,1). Debido a su misericordia que le impidió despreciar lo que había creado a su imagen, la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1,14). Como sabéis, pues, la Palabra misma asumió al hombre, es decir, al alma y la carne del hombre, y se hizo hombre permaneciendo Dios. Y puesto que sufrió por nosotros, nos confió en este sacramento su cuerpo y sangre, en que nos transformó también a nosotros mismos, pues también nosotros nos hemos convertido en su cuerpo y, por su misericordia, somos lo que recibimos.

Recordad lo que era antes en el campo este ser creado; cómo lo produjo la tierra, lo nutrió la lluvia, y lo llevó a convertirse en espiga; a continuación lo llevó a la era el trabajo humano, lo trilló, lo aventó, lo recogió, lo sacó, lo molió, lo amasó, lo coció y, finalmente, lo convirtió en pan. Centraos ahora en vosotros mismos: no existíais, fuisteis creados, llevados a la era del Señor y trillados con la fatiga de los bueyes, es decir, de los predicadores del evangelio. Mientras permanecisteis en el catecumenado estabais como guardados en el granero; cuando disteis vuestros nombres comenzasteis a ser molidos con el ayuno y los exorcismos. Luego os acercasteis al agua. Fuisteis amasados y hechos unidad; os coció el fuego del Espíritu Santo, y os convertisteis en pan del Señor.

He aquí lo que habéis recibido. Veis cómo el conjunto de muchos granos se ha transformado en un solo pan; de idéntica manera, sed también vosotros una sola cosa amándoos, poseyendo una sola fe, una única esperanza y un solo amor. Cuando los herejes reciben este sacramento, reciben un testimonio en contra suya, puesto que ellos buscan la división, mientras que este pan les está indicando la unidad. Lo mismo sucede con el vino: antes estuvo en muchos cuévanos, y ahora en un único recipiente; forma una unidad en la suavidad del cáliz, pero tras la prensa del lagar. También vosotros habéis venido a parar, en el nombre de Cristo, al cáliz del Señor después del ayuno y las fatigas, tras la humillación y el arrepentimiento; también vosotros estáis sobre la mesa, también vosotros estáis dentro del cáliz. Sois vino conmigo: lo somos conjuntamente; juntos lo bebemos, porque juntos vivimos. (Sermón 229,1-2)

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