Una pequeña reflexión sobre el "voto apóstolico" de Don Bosco: "Tengo prometido a Dios que incluso mi último aliento será para mis pobres jóvenes" (MB XVIII, 258); valorando el contexto en que es pronunciado, y las perspectivas que nos ofrece para revitalizar la pasión por la salvación de la juventud.
Es una tendencia natural el releer la propia historia a partir de las situaciones que vivimos en el presente, cuando las tías de un doctor hablan de la infancia de su sobrino, recuerdan con alegría cómo jugaba a poner inyecciones; o si se trata de un sacerdote, a como jugaba a "decir misa". Algo semejante ocurre cuando releemos la vida de Don Bosco, una vez que lo hemos conocido como el Padre y Maestro de la Juventud, resaltamos - y el mismo resalta - las primeras acciones apostólicas de su niñez como un algo dado por hecho: cuando la hacía de saltimbanqui para repetir el sermón, o cuando daba catecismo a sus coetaneos, y cómo olvidar la Sociedad de la Alegría. Claro está que todo esto es cierto y va marcando ya una opción de vida y de apostolado, pero creo que a Don Bosco le aguardaba un momento de mayor compromiso.
Nos situamos ahora frente a la elección de oficio una vez ordenado sacerdote. Si nuestro Don Bosco ya hubiera tenido definido con certeza su horizonte, el "Mira y comprenderás" de Don Cafasso no tendría mayor trascendencia; pero esta delicada confrontación con la realidad de los chicos de la calle, de los chicos en la cárcel, es el detonante para que su corazón ardiera de preocupación por ellos, los vio como ovejas sin pastor (Mc 6, 34). A partir de esta experiencia, Don Bosco se propone hacerse amigo de los chicos, con tal de prevenirles reincidir en la delincuencia y mantenerlos alejados de los peligros de su salvación eterna. Don Bosco se sabe con una misión titánica entre sus manos, una misión que nadie ha querido tomar e intuye que es la Providencia quien lo ha puesto en ese camino. Tanto ha querido responder a estas urgencias de los jóvenes abandonados y en peligro, que prefiere ser despedido por la marquesa Julia Colbert de Barolo como capellán de su Hospitalito para jovencitas en riesgo.
La opción valiente de Don Bosco denota una entrega admirable, pero faltaba un elemento para que fuera total: él era un trabajador para los jóvenes, muy bueno y atrayente, sí era un punto de referencia para ellos, sí los amaba... pero aún no era "de ellos". Hay muchos educadores muy buenos, entregados a su labor, no se ponen a regatear tiempos para sus educandos; pero falta cruzar una línea imperceptible, Don Bosco lo dirá con una frase esplendorosa: "No basta amar, es necesario hacerse amar", y tanto el educando, como el educador se han de sentir amados.
La ocasión en que se le revela a Don Bosco el gran alcance de su entrega es su enfermedad bronquial en 1846. El incansable apóstol, cae enfermo; no me resisto a citar el acontecimiento:
"[Tras las agotadoras confesiones de los Ejercicios Espirituales de las Escuelas de Santa Bárbara, en julio...] Cuando volví a casa, tuve un desmayo a causa del agotamiento y me llevaron a la cama. La enfermedad resultó ser una bronquitis que se complicó con una violenta inflamación pulmonar. A los ocho días me habían desauciado. Recibí el Santo Viático y los Óleos. Creo que estuve preparado para morir, sólo me daba pena tener que dejar a mis muchachos, pero me sentía contento al ver estabilizado el Oratorio.
"Al esparcirse la noticia de que mi enfermedad era grave se produjeron tales muestras de preocupación por mí como jamás me hubiera imaginado. Constantemente se formaban hileras de muchachos que golpeaban llorando la puerta para pedir información sobre mi estado de salud. Se sucedían continuamente preguntas y noticias. Yo seguía con emoción los diálogos que los chicos tenían con las personas que los atendían. Después supe hasta dónde llegó el afecto de mis jóvenes. Espontáneamente rezaban, ayunaban, oían misa, ofrecían sus comuniones. Se alternaban para pasar la noche y el día en oración ante la imagen de la Consolata. Por la mañana encendían cirios especiales y siempre, hasta entrada la noche, había un número considerable de muchachos rezando y pidiendo a la Santísima Madre de Dios que les conservase a su pobre Don Bosco.
"Algunos hicieron voto de rezar el rosario entero durante un mes, o durante un año o por toda la vida; tampoco faltaron quienes prometieran ayunar a pan y agua durante meses, y aún años, o mientras vivieran. Me consta que hubo albañilitos que ayunaron a pan y agua por semanas enteras, sin dejar por eso de trabajar de la mañana a la noche. Más aún, si tenían un rato libre, iban presurosos a pasarlo delante del Santísimo Sacramento.
"Dios los oyó..." (MO 58-59)
Cuando Don Bosco conoció el grado de afecto de sus chicos, comprendió que ellos no eran sólo los destinatarios de su misión, sino el eje de su propia vida; Dios le había revelado su amor a través de sus muchachos, y por ello no tuvo miedo de pronunciar esa promesa que sólo puede formularla un corazón enamorado: "Dios ha conservado mi vida gracias a sus súplicas; la gratitud exige que yo la emplee toda para su bien espiritual y temporal. Así prometo hacerlo durante todo el tiempo que el Señor me deje en esta tierra, y ustedes, por su parte, ayúdenme" (MB II, 497 - 498). Me gusta pensar en este episodio como un momento de conversión profunda de Don Bosco, un momento tan radical como la vocación de San Pablo. Tal vez la práctica de nuestro Santo no cambió notoriamente después de este suceso, pero su corazón supo entender que los jóvenes eran para él el lugar de encuentro con su Señor; que su acción no es mera promoción social, ni mera catequesis popular, su vocación es ser signo del Amor de Dios para esos chicos que le habían salvado, pero que en su loco deseo de conservarle la vida a su Don Bosco, le habían robado para siempre el corazón. Sin esta compenetración entre el educador y el educando es muy difícil ganar almas para Dios, es muy difícil ganar la propia alma.
En su "ayúdenme", Don Bosco, nos muestra a un hombre que ha decidido necesitar a los jóvenes como intermediarios entre él y su Dios. "Con ustedes me encuentro bien, mi vida es estar con ustedes." Esto es un amor abierto y libre que ha logrado amar personalmente a cada uno, pero también sabe dejar crecer; porque Don Bosco no se erige como el receptor final de este amor, al dejarse amar, deja que sus chicos amen en él a Dios. Su deseo de llevarlos a la felicidad que él encuentra en su Señor es un movimiento de gratitud, porque ha podido palpar la nobleza de un joven corazón. Al sentirse amado, no le basta amarles con sus propias fuerzas, quiere amarles con el corazón de Cristo. Para ello, necesita estar atento a sus jóvenes, para saber acogerlos y moldearse a sí mismo según la medida de Jesús, el Divino Salvador, que se hizo pobre para compartir nuestra pobreza. Don Bosco no se hizo santo por trabajar por los jóvenes, fue hecho santo por los jóvenes que al amarlo le exigieron amar como Cristo.
Los jóvenes necesitan ser salvados, pero también ellos son portadores de salvación."
Studia di farti amare".
Es una tendencia natural el releer la propia historia a partir de las situaciones que vivimos en el presente, cuando las tías de un doctor hablan de la infancia de su sobrino, recuerdan con alegría cómo jugaba a poner inyecciones; o si se trata de un sacerdote, a como jugaba a "decir misa". Algo semejante ocurre cuando releemos la vida de Don Bosco, una vez que lo hemos conocido como el Padre y Maestro de la Juventud, resaltamos - y el mismo resalta - las primeras acciones apostólicas de su niñez como un algo dado por hecho: cuando la hacía de saltimbanqui para repetir el sermón, o cuando daba catecismo a sus coetaneos, y cómo olvidar la Sociedad de la Alegría. Claro está que todo esto es cierto y va marcando ya una opción de vida y de apostolado, pero creo que a Don Bosco le aguardaba un momento de mayor compromiso.
Nos situamos ahora frente a la elección de oficio una vez ordenado sacerdote. Si nuestro Don Bosco ya hubiera tenido definido con certeza su horizonte, el "Mira y comprenderás" de Don Cafasso no tendría mayor trascendencia; pero esta delicada confrontación con la realidad de los chicos de la calle, de los chicos en la cárcel, es el detonante para que su corazón ardiera de preocupación por ellos, los vio como ovejas sin pastor (Mc 6, 34). A partir de esta experiencia, Don Bosco se propone hacerse amigo de los chicos, con tal de prevenirles reincidir en la delincuencia y mantenerlos alejados de los peligros de su salvación eterna. Don Bosco se sabe con una misión titánica entre sus manos, una misión que nadie ha querido tomar e intuye que es la Providencia quien lo ha puesto en ese camino. Tanto ha querido responder a estas urgencias de los jóvenes abandonados y en peligro, que prefiere ser despedido por la marquesa Julia Colbert de Barolo como capellán de su Hospitalito para jovencitas en riesgo.
La opción valiente de Don Bosco denota una entrega admirable, pero faltaba un elemento para que fuera total: él era un trabajador para los jóvenes, muy bueno y atrayente, sí era un punto de referencia para ellos, sí los amaba... pero aún no era "de ellos". Hay muchos educadores muy buenos, entregados a su labor, no se ponen a regatear tiempos para sus educandos; pero falta cruzar una línea imperceptible, Don Bosco lo dirá con una frase esplendorosa: "No basta amar, es necesario hacerse amar", y tanto el educando, como el educador se han de sentir amados.
La ocasión en que se le revela a Don Bosco el gran alcance de su entrega es su enfermedad bronquial en 1846. El incansable apóstol, cae enfermo; no me resisto a citar el acontecimiento:
"[Tras las agotadoras confesiones de los Ejercicios Espirituales de las Escuelas de Santa Bárbara, en julio...] Cuando volví a casa, tuve un desmayo a causa del agotamiento y me llevaron a la cama. La enfermedad resultó ser una bronquitis que se complicó con una violenta inflamación pulmonar. A los ocho días me habían desauciado. Recibí el Santo Viático y los Óleos. Creo que estuve preparado para morir, sólo me daba pena tener que dejar a mis muchachos, pero me sentía contento al ver estabilizado el Oratorio.
"Al esparcirse la noticia de que mi enfermedad era grave se produjeron tales muestras de preocupación por mí como jamás me hubiera imaginado. Constantemente se formaban hileras de muchachos que golpeaban llorando la puerta para pedir información sobre mi estado de salud. Se sucedían continuamente preguntas y noticias. Yo seguía con emoción los diálogos que los chicos tenían con las personas que los atendían. Después supe hasta dónde llegó el afecto de mis jóvenes. Espontáneamente rezaban, ayunaban, oían misa, ofrecían sus comuniones. Se alternaban para pasar la noche y el día en oración ante la imagen de la Consolata. Por la mañana encendían cirios especiales y siempre, hasta entrada la noche, había un número considerable de muchachos rezando y pidiendo a la Santísima Madre de Dios que les conservase a su pobre Don Bosco.
"Algunos hicieron voto de rezar el rosario entero durante un mes, o durante un año o por toda la vida; tampoco faltaron quienes prometieran ayunar a pan y agua durante meses, y aún años, o mientras vivieran. Me consta que hubo albañilitos que ayunaron a pan y agua por semanas enteras, sin dejar por eso de trabajar de la mañana a la noche. Más aún, si tenían un rato libre, iban presurosos a pasarlo delante del Santísimo Sacramento.
"Dios los oyó..." (MO 58-59)
Cuando Don Bosco conoció el grado de afecto de sus chicos, comprendió que ellos no eran sólo los destinatarios de su misión, sino el eje de su propia vida; Dios le había revelado su amor a través de sus muchachos, y por ello no tuvo miedo de pronunciar esa promesa que sólo puede formularla un corazón enamorado: "Dios ha conservado mi vida gracias a sus súplicas; la gratitud exige que yo la emplee toda para su bien espiritual y temporal. Así prometo hacerlo durante todo el tiempo que el Señor me deje en esta tierra, y ustedes, por su parte, ayúdenme" (MB II, 497 - 498). Me gusta pensar en este episodio como un momento de conversión profunda de Don Bosco, un momento tan radical como la vocación de San Pablo. Tal vez la práctica de nuestro Santo no cambió notoriamente después de este suceso, pero su corazón supo entender que los jóvenes eran para él el lugar de encuentro con su Señor; que su acción no es mera promoción social, ni mera catequesis popular, su vocación es ser signo del Amor de Dios para esos chicos que le habían salvado, pero que en su loco deseo de conservarle la vida a su Don Bosco, le habían robado para siempre el corazón. Sin esta compenetración entre el educador y el educando es muy difícil ganar almas para Dios, es muy difícil ganar la propia alma.
En su "ayúdenme", Don Bosco, nos muestra a un hombre que ha decidido necesitar a los jóvenes como intermediarios entre él y su Dios. "Con ustedes me encuentro bien, mi vida es estar con ustedes." Esto es un amor abierto y libre que ha logrado amar personalmente a cada uno, pero también sabe dejar crecer; porque Don Bosco no se erige como el receptor final de este amor, al dejarse amar, deja que sus chicos amen en él a Dios. Su deseo de llevarlos a la felicidad que él encuentra en su Señor es un movimiento de gratitud, porque ha podido palpar la nobleza de un joven corazón. Al sentirse amado, no le basta amarles con sus propias fuerzas, quiere amarles con el corazón de Cristo. Para ello, necesita estar atento a sus jóvenes, para saber acogerlos y moldearse a sí mismo según la medida de Jesús, el Divino Salvador, que se hizo pobre para compartir nuestra pobreza. Don Bosco no se hizo santo por trabajar por los jóvenes, fue hecho santo por los jóvenes que al amarlo le exigieron amar como Cristo.
Los jóvenes necesitan ser salvados, pero también ellos son portadores de salvación."
Studia di farti amare".
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