Estamos celebrando el 476 aniversario de las aparaciones de María a san Juan Diego Cuatlatoatzin en el cerro del Tepeyac. Justo ahí, en el ombligo de América, se desencadena una revolución espiritual en el que los pueblos indígenas son asumidos y redignificados según el plan de Dios.
La Virgen María, se presenta como madre del verdadero Dios, con los títulos más universales de la concepción henoteísta* de la divinidad. Uno de los más bellos títulos de Dios es Ipalnemohuani, el Dador de la Vida. Con este título, Dios es presentado como el autor de toda la creación y como la respuesta más vehemente al clima de desolación, conquista y exterminio de los pueblos autóctonos de América. El Dios que da la vida, el Dios que vence a la muerte es ofrecido por esta mujer mestiza. María se presenta como la nueva Eva, la madre de todos los vivientes. Y es constituida por Dios comoAuxilio y Defensa de todos los moradores de estas tierras. Es interesante ver el mensaje de esperanza que este acontecimiento abre a los pueblos conquistados, una esperanza que bien nos valdría recuperar.(*punto intermedio entre el politeísmo y el monoteísmo, los nahuas habían llegado a la concepción de un Dios-dual)
Cuando María elige a Juan Diego como digno embajador recuerda la inalienable dignidad de cada ser humano ante los ojos de Dios, y al mismo tiempo ofrece un modelo de inculturación del Evangelio. ¡Cuánto nos puede enseñar el mensaje guadalupano en nuestra vida cotidiana! El respeto a cada persona como hijo de Dios, el amor por la vida, la confianza en Dios que escucha los clamores de su pueblo.
Nuestro querido México y toda la América celebra este acontecimiento como el signo más claro de la cercanía de Dios. Un rostro de mujer nos revela la ternura de Dios Padre. Un vientre preñado de esperanza nos entrega a Dios Hijo, a Jesús. Y el hueco de su manto donde somos protegidos nos recuerda el santuario que cada uno de nosotros somos, santuarios vivos del Espíritu Santo. Ella eligió un cerro para edificar su casita sagrada, pero no para quedarse atrapada en la Villita del Tepeyac, sino para morar en los corazones de los hombres y mujeres de esta tierra y de todos los demás amadores suyos que la amen y en ella confíen.
Santa María de Guadalupe, renueva nuestra esperanza en la construcción de una patria más justa, más humana, más libre, donde el respeto y la fraternidad hagan eco de las palabras de tu hijo: "Bienaventurados los mansos de corazón porque heredarán la tierra".
No hay comentarios:
Publicar un comentario