Queridos jóvenes:
Durante la beatificación de Ceferino Namuncurá, en el corazón de la Patagonia, mi pensamiento voló hacia todos vosotros. Junto a los rostros gozosos de los jóvenes de Argentina, de Chile, de Uruguay, de Paraguay, de Brasil, en medio del colorido y de los cantos de aquella inolvidable jornada, veía vuestros rostros y escuchaba vuestras voces. Con Ceferino, también vosotros, estabais en mis pensamientos y en mi corazón. Me parecía que los confines del Oratorio de Valdocco se habían dilatado hasta más allá del océano para abrazar, en un único horizonte, a todos los jóvenes del mundo. Una gran multitud, diversa por lengua y cultura, guiada por un único padre, Don Bosco y por tres jóvenes santos: Ceferino, Laura y Domingo. ¡Qué magnífica visión!
En aquel lugar, Chimpay, pueblo natal de Ceferino, he dado gracias a Dios por estos frutos maduros del Sistema Preventivo, un camino educativo que conduce a la santidad. Si a un árbol se le juzga por sus frutos, quiere decir que este árbol es sano y vigoroso. Damos, pues gracias a Dios por el gran tesoro que nos dado en la pedagogía de Don Bosco. El Aguinaldo que he ofrecido este año a la Familia Salesiana y que ahora os presento a vosotros, quiere ser precisamente una invitación a valorar este tesoro, renovando en todos el compromiso por “educar con el corazón de Don Bosco, para el desarrollo integral de la vida de los jóvenes, sobre todo de los más pobres y necesitados, promoviendo sus derechos”
Queridos jóvenes, vosotros habéis recibido grandes dones en vuestra vida. Ante todo una familia, en la que habéis crecido, gozando del afecto y de la ayuda de vuestros padres. Os habéis sentido protegidos, acompañados, amados. Hoy tenéis amigos con los que compartís experiencias y afectos. Gozáis de múltiples oportunidades de formación que os permiten mirar el futuro con una cierta esperanza. Tenéis también el privilegio de conocer a Don Bosco y la riqueza de su propuesta de vida y de santidad juvenil. Todos estos dones de Dios son un tesoro, que se os ha confiado. Un tesoro, que hay que custodiar, un tesoro, que hay que aumentar, un tesoro, que hay que hacer fructificar a través de la educación.
He aquí vuestra primera responsabilidad: tomar conciencia de vuestra vida y llegar a ser plenamente personas, para realizar el proyecto que Dios tiene sobre vosotros: ser sus queridos hijos e hijas. No se trata de una meta inalcanzable. Jóvenes como Ceferino, Laura, Domingo nos lo demuestran. Más aún, esto se está cumpliendo ya en vuestras vidas. Por una parte vosotros ofrecéis una adhesión libre y generosa, tal como lo manifestáis con vuestro compromiso, y el Espíritu Santo, por otra, modela vuestro corazón y vuestra vida haciendo de vosotros una criatura nueva, a imagen de Dios.
Es verdad que en vuestra vida -como lo fue en la de Ceferino- se reflejan los problemas sociales y culturales, propios de nuestro tiempo. Es normal que vosotros acuséis sus efectos de un modo especial. Las voces que os llegan de todas partes os proponen modelos de vida orientados hacia la libertad sin reglas, a la arrogancia, a la prepotencia y al éxito a cualquier precio. Tened la valentía de caminar contracorriente. Se lo decía el Papa a los jóvenes italianos en Loreto.
En un tiempo como el nuestro caracterizado por un cierto nihilismo, que invita a acomodarse y adaptarse pasivamente a la realidad, os espera una tarea difícil, pero excitante: no sólo la de resistir y ser auténticos, sino también la de ayudar a vuestros compañeros a amar y a gustar la vida, a llenar el quehacer diario con el compromiso y la gratuidad del servicio a los demás. Vosotros podéis contribuir a vencer la cultura de la indiferencia y de la muerte, proponiendo, con vuestro testimonio, un proyecto de vida inspirado en la convivencia y en el respeto al otro, en el servicio y en la solidaridad, en la alegría de vivir y en una visión positiva de las personas y de la realidad humana y social. Todo esto constituía aquel conjunto de valores tan estimados en la pedagogía y en la espiritualidad de Don Bosco.
Por esto, hoy más que nunca, es necesario dotar de nueva calidad social a la educación. En el día a día de nuestra vida de familia, en el trabajo y en la Universidad, en las relaciones sociales de amistad y de convivencia, es necesario crear formas de vida alternativa: dar vida a células nuevas que gradualmente puedan transformar el tejido social casi “por contagio”. ¿No es extraordinario, queridos jóvenes, ser los promotores de una “vida nueva”, centrada en una apertura cordial hacia las personas, en el respeto incondicional a su dignidad, en el servicio gratuito y generoso, en una visión de la vida, como un don que hay que compartir y defender? ¿Sabéis? Este es el sueño de Dios. ¡Y nosotros podemos darle una mano, realizándolo!
He aquí, queridos jóvenes, el camino para vivir en esperanza. Una esperanza que se siente solidaria y responsable con los demás, que se compromete hasta el fondo en el presente, sin quedar prisionera del mismo; que sabe que no es posible dar una paso hacia delante sin la cruz, por lo que carga con ella con alegría y generosidad: “sufrir con el otro, por los otros; sufrir por amor de la verdad y de la justicia; sufrir a causa del amor y con el fin de convertirse en una persona que ama realmente, son elementos fundamentales de humanidad, cuya pérdida destruiría al hombre mismo”, nos dice Benedicto XVI (Spe salvi, 39).
Resistid, pues, queridos jóvenes, a la tentación de la superficialidad y del individualismo; no os dejéis engañar por un futuro vacío de promesas. La primavera de vuestra vida no puede permanecer congelada en el invierno del alma.
En el mensaje que os transmito con el Aguinaldo os animo a emprender este compromiso con el corazón y con la pasión de Don Bosco. El amor de Don Bosco por los jóvenes estaba hecho de gestos concretos y adecuados. Él se interesaba por toda su vida. Era capaz de descubrir las necesidades más urgentes y de intuir las más escondidas. Todo en él, inteligencia, corazón, voluntad, fuerza física, su ser entero estaba orientado al bien de los jóvenes. Con el mismo ardor promovía su crecimiento integral y deseaba, al mismo tiempo, su salvación eterna. ¿Os habéis preguntado alguna vez por qué los jóvenes de todo el mundo aman tanto a Don Bosco? Porque lo han conocido y entendido. Han conocido que su corazón estaba enteramente consagrado a la salvación de sus jóvenes. Han comprendido que él quería dar todo, hasta el último suspiro de su vida, por su bien y por su felicidad. Este amor de los jóvenes de ayer y de hoy, y yo puedo dar testimonio de ello, es su respuesta al amor sin límites de este maravilloso Padre y Maestro.
Debemos ser conscientes de que hoy hay muchos jóvenes, compañeros y colegas vuestros, que tienen necesidad de ser amados de este modo especial. Muchos de ellos no han recibido en la vida los dones y las oportunidades que habéis recibido vosotros. Y tienen necesidad de escuchar a Don Bosco vivo y de sentirlo cercano. Vosotros estáis llamados a ser esa presencia de Don Bosco en medio de ellos.
Ceferino puede ser para vosotros un modelo y un estímulo. Hay una expresión que recoge todo su programa: “quiero estudiar para ser útil a mi pueblo”. En efecto Ceferino quería estudiar, ser sacerdote y volver a estar con su gente, para contribuir al crecimiento cultural y espiritual de su pueblo, como había visto hacer a los primeros misioneros salesianos. Como él, ¿estáis también vosotros dispuestos a formaros para ser útiles a tantos jóvenes que buscan un sentido para sus vidas? ¿Estáis dispuestos a ser para ellos la presencia de Don Bosco; a comprometeros con su mismo corazón y con su misma dedicación, en su promoción humana y cristiana? Os aseguro que en este empeño encontraréis una enorme felicidad.
Quiero indicaros un campo privilegiado para este compromiso. Me refiero a la educación y a la defensa de los derechos humanos, en particular, a la defensa de los derechos del menor. Hoy se habla mucho y, con frecuencia se hacen declaraciones sobre los derechos humanos, pero resulta evidente que muchas veces estos derechos no son respetados, especialmente cuando se trata de los derechos de los más desfavorecidos, de los más pobres e indefensos. Vosotros mismos sois testigos de ello; en la escuela y entre los mismos compañeros, con facilidad se abusa de los más débiles; en el mundo del trabajo se explota sin escrúpulo a los más jóvenes; aún más penosa es la situación de muchos menores que quedan indefensos ante grupos sociales o políticos que buscan solamente sus propios intereses o sus ventajas económicas. El respeto y la defensa de los derechos humanos, y en particular los derechos de los menores, son ante todo una responsabilidad personal de cada uno de nosotros, comenzando por el contexto concreto de nuestra vida cotidiana.
El Sistema educativo de Don Bosco es un instrumento precioso para el reconocimiento y promoción de los derechos humanos. En él aprendemos a considerar a cada uno responsable y protagonista de su vida y de su propia educación. Lo hacemos objeto de protección, comprendiendo sus necesidades particulares y lo ayudamos a ser sujeto responsable y consciente de sus derechos. Esto es lo que significa ver a los jóvenes con la mirada de Don Bosco y amarlos con su corazón. Significa creer en el valor absoluto de sus personas, reconocer en cada uno de ellos la dignidad de hijo e hija de Dios; significa tener confianza en su voluntad de aprender, de estudiar, de salir de la pobreza, de tomar en sus manos el propio futuro.
¡Abrid, vuestro ojos, queridos jóvenes! Ved cuantos muchachos y muchachas, adolescentes y jóvenes en vuestro propio barrio, en vuestra ciudad, en la escuela o en la fábrica buscan una mejor calidad de vida, luchan por ser aceptados sin miedo, por tener una oportunidad de trabajo, por obtener un puesto en la escuela. Mirad con los ojos de Don Bosco y abridles vuestro corazón. Intentad poneros de su parte, promoviendo cualquier cosa en favor de su educación u ofreciéndoles vuestra ayuda y vuestra defensa ante quienes pisotean sus derechos. Vosotros podéis hacer mucho. Colaborad, pues, con todas vuestras energías y posibilidades para que ellos puedan llegar a ser ciudadanos activos y responsables en la sociedad.
Estar de parte de estos jóvenes nos compromete a ser constructores de una humanidad nueva, en la que el punto de referencia es una verdadera cultura de los derechos humanos. Estamos llamados a ser capaces de dialogar, persuadir, y, en última instancia, a prevenir las violaciones de estos derechos, antes que (a) castigarlas o reprimirlas. Debemos ser responsables con una actitud activa y crítica, y al mismo tiempo, con una acción solidaria y en red, superando miedos, inhibiciones, individualismos que nos encierran en la pequeñez de nuestro interés y utilidad.
Queridos jóvenes, educar con el corazón de Don Bosco es una bonita misión. Y esta misión se os confía a vosotros. Ánimo. No estáis solos recorriendo este sendero de esperanza. Con vosotros camina Don Bosco y con él, Madre Mazzarello, los jóvenes santos: Ceferino, Domingo, Laura. Son luces de esperanza en nuestro camino. Pero ¿qué persona, mejor que María, podría ser nuestra estrella de esperanza? Por medio de Ella la esperanza de milenios llegó a ser realidad: entró en nuestro mundo y en la historia. María creyó y amó, incluso en la oscuridad del Sábado Santo, permanece y camina en medio de nosotros como Madre y Maestra de esperanza.
Virgen Santa, te confío los jóvenes del mundo, especialmente los más pobres, los más necesitados y los que están más en peligro. Guíalos en el camino de su crecimiento humano y haz de ellos testigos valientes de Cristo en nuestro tiempo.
Concédeles, dulcísima Madre, crecer en solidaridad, actuar con vivo sentido de la justicia, de crecer siempre en fraternidad.
Y haz que la Iglesia y la Familia Salesiana, vivan según el Evangelio de la caridad, para que los jóvenes vean en ellas resplandecer el rostro de tu Hijo Jesús.
Panamá, 31 enero 2008
D. Pascual Chávez Villanueva, SDB
Rector Mayor
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