lunes, 28 de abril de 2008

Vocación y Carisma Salesiano



Dentro de la Iglesia – que somos todos los bautizados –, al igual que los órganos del cuerpo humano, no somos todos iguales. Contando con la misma dignidad, cada uno, según su propia forma de ser y de actuar, contribuye a la construcción del Reino de Dios en el mundo.

Esta diversidad es obra del Espíritu Santo, que con cada uno de los modos específicos de relacionarse con Dios – llamados carismas –, dinamiza y rejuvenece a la Iglesia, dando respuesta a las exigencias de la historia. En los momentos de dificultad, ante situaciones que requieren de una intervención por parte de Dios, el Espíritu suscita hombres y mujeres que, en nombre de Jesús, hacen frente a las necesidades del mundo y de la Iglesia.


Así, en el siglo XIX, al estallar la Revolución Industrial e iniciarse el rápido crecimiento de las ciudades, muchos muchachos del norte de Italia se vieron forzados a emigrar a Turín, condenados a la marginación humana y religiosa, con grave peligro de su vida y de su espíritu. En esa situación concreta, apareció san Juan Bosco.

El carisma salesiano está encarnado en Don Bosco, pero tiene su fuente en san Francisco de Sales, obispo y doctor de la Iglesia que propone una espiritualidad vivida en el día a día con sencillez y que se caracterizó por su dulzura, que resulta impresionante por el gran esfuerzo que hizo mantenerla. Inspirado en este santo, Don Bosco, comprendió que los jóvenes necesitaban de un amigo para encontrarse con Dios, un amigo que les previniera del mal antes que castigarles, y él se propuso serlo.

Un carisma no es algo que aparece de improviso, sino que se va moldeando poco a poco. Y podemos distinguir un carisma diferente en cada persona, así es de rico el Espíritu Santo. Pero hay carismas que son tan fuertes que marcan a otros. Así nace un carisma que llamamos de “fundador”, que despierta todo un movimiento de espiritualidad. Don Bosco es uno de estos casos. Cuando el papa Pío IX y hasta el gobierno anticlerical del Piamonte, se dan cuenta del gran bien que hace, sugieren a Don Bosco que funde una Sociedad que continúe su obra.


Don Bosco tuvo que trabajar mucho para plasmar su experiencia de Dios en una institución, pero lo logró, y pudo compartir su carisma al fundar tres grupos: la Sociedad de san Francisco de Sales (los Salesianos, SDB), el Instituto de Hijas de María Auxiliadora (las Salesianas, FMA) y la Pía Unión de Cooperadores Salesianos (SSCC). Y de ahí se han desprendido más ramas que conforman hoy la Familia Salesiana.


El carisma salesiano, pese a estar contenido en las Constituciones y Reglamentos de estos grupos, se entiende mejor al vivirlo en carne propia, por lo que las palabras no alcanzan para poder definirlo si no se experimenta. El carisma salesiano es como el oratorio: el ambiente de familia que se comparte en los patios, la relación educativa entre jóvenes y educadores que en la confianza y con palabras sencillas dan un buen pensamiento. Es la sensibilidad hacia los jóvenes más alejados y el compromiso de los más constantes. Sólo de esta manera, los jóvenes y los educadores, se descubren amados por un Dios que es ante todo un Padre, lo que provoca gran alegría y optimismo para encarar el futuro y anima el empeño por crecer, para ser mejores cristianos y mejores ciudadanos. El carisma salesiano es una escuela de santos, santos alegres y confiados en María Auxiliadora, como Domingo Savio y Laura Vicuña.

Por eso, al ver una imagen de María Auxiliadora o de Don Bosco en las paredes de un edificio, los que hemos vivido esta experiencia podemos decir: ¡casa! Esa es la mejor expresión del carisma salesiano, como dijo Juan Cagliero, uno de los primeros salesianos: “Fraile o no fraile, yo me quedo con Don Bosco”, porque Don Bosco fue un signo y un portador del amor de Dios para él y sus jóvenes compañeros. Así como fue Don Bosco, así están llamados a ser los miembros de la Familia Salesiana, en todo trabajo que realicen: oratorios, escuelas, parroquias, misiones, imprentas, etc.

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