jueves, 26 de febrero de 2009

Escuchar a Dios en la propia vida



Un joven amigo, estudiante de universidad, me preguntó un día: “¿Cómo puede uno saber cuando algo viene de Dios o son sólo ideas de uno mismo?, ¿cómo diferenciar?” No era la primera vez que me hacían esa pregunta, yo mismo me lo he preguntado. Esta pregunta surge de manera especial cuando nos hemos hecho una pregunta anterior: ¿qué quiere Dios de mí?


Buscar la voluntad de Dios en la propia vida puede llevar a replantear muchas situaciones, e incluso la propia identidad. La voz de Dios que nos interpela parece ser una intromisión en nuestros proyectos, en nuestros deseos. Dios puede ser visto como una amenaza a nuestra libertad. Tal vez por ello asistimos al fenómeno del ateísmo de reacción que marca, tristemente, a muchos jóvenes en la actualidad. No se trata del ateísmo científico y racionalmente fundamentado, sino de un anti-teísmo que, bien sea por el mal ejemplo de los predicadores o simplemente por estas exigencias morales que conlleva la religión, hace que el joven se sienta amenazado por la existencia de Dios.


¿Es realmente Dios una amenaza para la autonomía? Cuando nos ponemos de cara a Dios y le preguntamos ¿qué quieres de mí?, ya hay otras preguntas estructuradas en el fondo: ¿qué haré con este Dios?, ¿cómo encajarlo en mi vida ya estructurada?, ¿qué exigencias tengo que afrontar para ser coherente con lo que he profesado creer y vivir? La pregunta por Dios antes que nada es una pregunta por nosotros mismos, por lo que podemos llegar a ser de cara a él. Cuando Moisés, de cara a la zarza ardiente, pregunta el nombre de Dios; la respuesta que parece un juego de palabras nos puede enseñar mucho: “Yo soy el que soy” (Ex 3, 14). No podría ser de otra manera, Dios tiene que ser quien es y no el ídolo que nos empeñamos en construir de él. Y volvemos a la pregunta inicial, ¿cómo reconocer al Dios verdadero y no esa imagen que he creado a mi conveniencia y que me oprime?

Reconocer la voz de Dios es aceptar, como punto de partida que Dios ha hablado al hombre, y esto sólo se alcanza con la fe. Entendamos que el hombre no tiene en su naturaleza la capacidad para entablar un diálogo con Dios, pero sí tiene el deseo de Dios. Esta es la gran paradoja del ser humano, finito y llamado a la eternidad. De diferentes formas a lo largo de la historia, el hombre ha buscado a Dios, pero la simple razón apenas llega a rozar el misterio de su existencia. Sin embargo, creemos que Dios ha hablado al hombre, esa es la pretensión de la religión revelada.

¿Qué es la revelación?, es la manifestación de Dios al hombre, la manera en que él se da a conocer a nosotros. Por esta revelación, Dios invisible habla a los hombres como amigos, movido por su gran amor y mora con ellos, para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía. (DV 1) Para poder entablar ese diálogo, Dios se ha ajustado a los canales de comunicación humanos El hombre como ser corpóreo halla su esencia en el espacio y en el tiempo,[1] el diálogo con Dios supone también una inserción en el espacio y en el tiempo, no por necesidad de Dios, sino por la limitación del hombre, ya que el hombre sólo conoce a través de un fenómeno, mismo que es recibido por su manifestación sensible, por su saber acerca de él[2] dentro de la historia. Reconocer la voz de Dios es estar atento a la propia historia, sabiendo releer los signos de salvación en la propia vida. Es necesario purificar esa voz que distinguimos en nuestra historia, discerniendo entre aquello que puede ser nuestro capricho, y aquí hay una clave importante a tener en cuenta para este delicado proceso: Dios, como garante de la autonomía del hombre, no sólo no permite que él lo manipule, sino que su presencia en la vida humana le imposibilita, cuando el hombre se abre a la escucha, a manipularse a sí mismo que es imagen de Dios. En pocas palabras, Dios no te va a pedir algo que te violente y te haga desdecirte de quien eres, eso sí, va a interpelar mucho de lo que crees ser, es un proceso de liberación. Si el mensaje que creo viene de Dios me violenta, me hace sufrir sin amor, me envuelve en una serie de conceptos vacíos y retóricas imperativas de un “debe ser”, estamos perdiendo a Dios como señor de nuestra vida y erigiendo un altar a la imagen que hemos creado de nosotros mismos. Acoger a Dios en la fe, como hermosamente decía el Hermano Roger de Taizé, es disponerse a vivir lo inesperado.

Así pues, ya tenemos un criterio, la propia historia. Dentro de esa historia, poco a poco descubrirás una Alteridad, un Tú que es ese Dios que dialoga contigo. Pero en ese momento habrás comenzado por aceptar tu vida como un diálogo en que no hallarás respuestas humanas, sino preguntas divinas. Recibirás la respuesta dada a Moisés: “Yo soy el que soy; el que estaré contigo”. Y entonces sí, al volver a ver la propia historia y darte cuenta que él ha estado presente, que con su fuerza has rectificado el camino, que con su amor has superado la muerte y que las opciones que hoy él ha sembrado en tu corazón están preñadas de esperanza. No tengas miedo de creer que Dios te ha hablado, porque si el hombre está dotado con el discurso es porque tú mismo eres palabra de Dios.[3]



Te dejo la reflexión de una joven doctora con quien he compartido al respecto de la misma pregunta, verás que ella ha descubierto a un Dios que libera:

Quién eres tú que entras así, quién eres tú que transformas mi vida y le das un giro rotundo que ahora no sé donde estoy.
Como sucedió, no lo sé, pero sé que ahora estoy feliz a tu lado, no me canso de pensarte, mira que hasta cuando duermo esta ahí a cada instante. El significado de la vida se va haciendo mas fácil de entender, un beso tiene su razón de ser, un te quiero no es sólo una frase que no podía pronunciar, ahora es mucho más que eso, es un sentimiento que solo tú me haces sentir…


Francisco E. Zulaica


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[1] K. Rahner, Oyente de la Palabra. Fundamentos para una filosofía de la religión, Biblioteca Herder=88, Herder (Barcelona 1967), 171-173

[2] Ibid, 190-192
[3] H. Von Baltasar, A theological Anthropology, Sheed & Ward (New York 1967), 232

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